Discurso de ingreso en la Real Academia Canaria de Bella Artes de San Miguel Arcángel. Santa Cruz de Tenerife. 30 de enero de 2011.
“Las Bellas Artes en la obra de Bartolomé Cairasco de Figueroa”
Ilustrísima presidenta, ilustrísimos académicos, dignísimas autoridades, señoras y señores:
El poeta, músico y autor de obras de teatro Bartolomé Cairasco de Figueroa es considerado como el padre de las letras canarias. Nacido en Las Palmas de Gran Canaria en el mes de octubre de 1538, a los 12 años de edad recibió del rey la prebenda de canónigo en la catedral de Canarias. Estudió en las universidades de Sevilla y Coimbra y, probablemente, en Bolonia. Fundó en su casa de Las Palmas la tertulia Apolo Délfico, donde se reunían los intelectuales canarios y viajeros que pasaban por las islas. Recordemos al poeta Serafín Cairasco, hermano de Bartolomé, fray Basilio de Peñalosa, de la orden de San Benito, los maestros de capilla Ambrosio López y Francisco de la Cruz, el compositor y bajonista Martín de Silos, el comediógrafo y bajo Juan de Centellas y el licenciado Gabriel Gómez de Palacios, todos vecinos de la ciudad de Las Palmas. Destacan también el poeta tinerfeño Antonio de Viana y Silvestre de Balboa, canario que luego emigró a Cuba. Hay que añadir personajes foráneos como los historiadores fray Alonso de Espinosa y el enigmático fray Juan Abreu y Galindo, los sevillanos el genealogista Argote de Molina y el poeta Juan de la Cueva, los ingenieros Leonardo de Torriani y Próspero Casola, y el poeta y sargento mayor Luis Palacios de Narváez. Una tertulia que, ciertamente, estaba a la altura de las que existían en las grandes ciudades europeas.
Cairasco escribió diversas obras, como Esdrujulea, Vita Cristi, las comedias de recibimiento y, sobre todo, Templo Militante o Flos Sanctorum. Yo acabo de publicar el libro de tres volúmenes titulado “Bartolomé Cairasco de Figueroa y su Templo Militante”. Al tomo primero acompaña un DVD que contiene el facsímil de Templo Militante. Esta edición completa sale a la luz 400 años después de la publicada en Lisboa entre 1613 y 1618. Anteriormente se había publicado la primera y segunda parte en Valladolid en 1603 y la tercera parte en Madrid en 1609. Templo Militante tuvo una gran difusión, extendiéndose por España y América. En las bibliotecas de los conventos, parroquias y universidades no podía faltar este santoral.
En el primer volumen de la edición que acabo de publicar, estudio las influencias literarias y doctrinales en Templo Militante, así como sus contenidos. En el segundo y tercer volumen se recoge una selección de las más significativas estrofas de los 207 capítulos de este santoral. Concretamente, 3.684 octavas reales y los proemios de cada capítulo. Tengamos en cuenta que Cairasco escribió 9.629 octavas reales, lo que equivale a 77.032 versos, además de unos proemios en verso libre y diversas cuartetas. Una obra inconmensurable que le llevó al autor 40 años de trabajo.
Entre los contenidos de Templo Militante, ocupa un lugar preferente las Bellas Artes: la arquitectura, la escultura, la pintura y la música. Hablaremos de cada una de ellas, advirtiendo que Cairasco tiene un concepto diferente de las mismas a las hora de definirlas. Veamos por parte.
Arquitectura
Entre los diversos oficios que Cairasco ejerció en la catedral de Santa Ana, uno de ellos fue el de Obrero Mayor o responsable y mayordomo de las obras del edificio. La arquitectura estuvo muy presente en su pensamiento y en sus escritos. El Templo Militante es representado alegóricamente como un espléndido edificio de nueve naves, separadas por catorce columnas, y con cuatro torres. Dedica un capítulo al monasterio de El Escorial, citando elogiosamente al maestro de la obra, Juan de Herrera. El personaje virtual Curiosidad hace un viaje por las ocho maravillas del mundo, describiéndolas como un instruido guía. Pero ninguna de las siete maravillas de la antigüedad iguala a la del monasterio de San Lorenzo del Escorial. Dice Cairasco:
“En razón, proporción, materia y forma,
belleza, majestad, arquitectura,
peregrina invención, traza inaudita,
pompa, curiosidad y fortaleza,
perpetua celsitud, mientras
el mundo durare, al celebérrimo edificio
edificado en honra de Lorenzo
por el gran español Juan de Herrera,
arquitecto mayor deste milagro,
cuya memoria en él será perpetua
en lo espiritual y divino”.
La construcción del templo de Santa María la Mayor o de Nuestra Señora de las Nieves en el monte Esquilino de Roma, la describe Cairasco con belleza y precisión, descripción propia de un buen conocedor de los elementos arquitectónicos. Recito estas dos estrofas que riman en octava, del capítulo dedicado a Nuestra Señora de las Nieves:
“Ya las columnas dóricas levanta
en firme basa el célebre edificio,
ya la grandeza de la Iglesia santa
se muestra en la portada y frontispicio:
la solícita abeja no con tanta
solicitud y natural bullicio
fabrica la labor de sus panales
como el gran templo diestros oficiales”.
“Ya sobre el capitel y la repisa
en alto se deriva la montea,
do el arco nace, como el arte avisa,
que la bóveda excelsa hermosea,
ya el costoso cimborio se divisa,
ya la torre y remate señorea,
ya se celebra misa en los altares
y los romanos entran a millares”.
La composición y decoración del templo también se manifiesta con esplendor en la fiesta de la Asunción de la Virgen. Canta Cairasco en el proemio:
“Y por las puertas, torres y columnas,
cornisas, frisos, basas, capiteles,
coronas, filetones, arquitrabes,
ventanas, arcos, bóvedas, remates,
y todas las demás partes del templo
un nuevo regocijo discurría.
Que las menores piedras y medianas
y las de más valor hermoseaba,
y con el resplandor del sol divino
que salió por la puerta de oriente,
estaba tan dorado el edificio,
tan claros sus esmaltes y colores,
rojo, blanco, morado, negro y verde,
que bien se echó de ver la fiesta grande
que celebrar quería el coro sacro
de todas las virtudes soberanas”.
Finalmente, digamos que Cairasco, además del español Juan de Herrera, cita al italiano Aleotti, contemporáneo suyo, autor de monumentos en varias ciudades italianas, como Venecia y Parma.
Escultura
Cairasco era buen conocedor de la escultura. El cabildo catedral le encargó el seguimiento de la hechura de varias imágenes, entre ellas el Cristo Crucificado de Agustín Ruiz, esculpido en 1604. En su informe, realizado conjuntamente con el monje benedictino fray Basilio de Peñalosa, afirma que “estaba lo que hasta ahora tiene hecho bueno y de buena perfección”. En Templo Militante, define a la pintura y a la escultura como “poesía muda”. En el prólogo al capítulo de los santos cinco escultores escribe el poeta:
“Naturaleza humana
acá en la tierra tiene
dos damas que la sirven y la imitan,
cuya arte soberana las almas entretiene
que con amor las tratan y visitan,
hablan callando y gritan
y son poesía muda:
es una la pintura
y es otra la escultura,
y tal su ingenio, que nos pone duda
lo esculpido y pintado
si es el original o es el traslado”.
Cita a los escultores griegos Fidias y Timantes, y al italiano Miguel Ángel en dos capítulos. Lo interesante de Cairasco acerca de este arte, es que elogia tanto a la escultura pagana como a la cristiana. De la escultura romana canta en este octava:
“Entre las causas de subir la fama
la majestad de Roma a tanta altura,
no ha sido la menor la que derrama
en gloria de su nombre la escultura,
ni el tiempo, ni el olvido, ni la llama
han podido acabar su hermosura;
hoy son desta verdad raros ejemplos
colosos, obeliscos. arcos, templos”.
La imaginería católica es exaltada en otra octava, al mismo tiempo que critica la iconoclasia calvinista:
“Otro blasón más digno de altos cantos
la escultura ha ganado en su conquista,
habernos dado imágenes de santos
a pesar del hereje calvinista,
con su vista se animan todos cuantos
católicos esperan la revista,
que las estatuas de ínclitos varones
incitan a nobles corazones”.
La perfección de la escultura se consigue cuando se confunde con ella el original o modelo, dándole vida. En esto está, según Cairasco, la esencia del arte de la escultura: en que tenga apariencia de vida. Por eso permanecen en la posteridad. Lo expresa en el capítulo de los cinco santos escultores:
“Sinforiano, Claudio y Nicostrato,
y Castorio y Simplicio se decían,
famosos escultores que al ingrato
olvido y tiempo gran ultraje hacían,
si era el original o si el retrato
se dudaba de las obras que esculpían,
que la escultura es a veces la suerte
que parece que hay vida donde hay muerte”.
Pintura
¿Fue Cairasco aficionado a la pintura? Parece que sí por lo que declara él mismo:
“una pintura tengo comenzada,
mas son tan soberanos sus secretos,
y sus cercas y lejos tan divinos,
que no hay acá colores que sean finos”.
Lo cierto es que era buen conocedor de este arte y lo estimaba sobremanera. Su pintor preferido era Tiziano y canta en verso lo que el maestro italiano con el pincel: el rompimiento de gloria. El canónigo canario fundó la capilla de Santa Catalina en la catedral y para su decoro encargó en Sevilla una pintura que representara los desposorios místicos de la santa. Hoy sabemos que el autor de esta pintura fue Juan de Roelas. Cairasco define la pintura como “imitadora y retrato de la naturaleza, poesía muda y habilidad maravillosa”. Estas son las estrofas:
“La imitadora de la naturaleza,
que se suele llamar muda poesía,
para llegar a la mayor alteza
del antiguo valor do estar solía,
ha de tener demás de la fineza
de los colores que la tierra cría,
obscuros, claros, sombras, cercas, lejos,
vislumbres, resplandores y reflejos.
El arte de la pintura no es otra cosa
que imitación de la naturaleza,
y aquella se dirá mano famosa
que al natural retrata su belleza,
de aquesta habilidad maravillosa
llega el extremo a tanta sutileza
que muchos ojos ya se han engañado
estimando por vivo lo pintado”.
Cita a los pintores de la antigüedad, Fidias, Apeles, Zeuzis y Timantes y a los italianos Giotto y Fra Angelico. Insiste en que la Iglesia Católica aprueba la escultura y la pintura como imágenes representativas de la doctrina cristiana y de la vida de los santos:
“y aprueba de escultores y pintores
la Iglesia la escultura y pintura,
que la imagen es libro que nos cuenta
lo que la misma imagen representa”.
Finalmente, Cairasco imagina a Dios mismo pintando y retratando la belleza de la Virgen María:
“y cual pintor que adorna y hermosea
algún retrato que le da contento,
así con mil colores exquisitos
la pintó de bellezas inauditas”.
Música
De todos es conocido que Cairasco fue poeta y músico. En el epitafio de su tumba está escrito en latín: Lyricen et vates. En las actas capitulares hay muchos datos que muestran al canónigo Cairasco como músico. Tenía en su casa un monocordio que luego vendió a la catedral. El cabildo le encomienda “que pruebe las campanas y el órgano que se había encargado a Pascual Hardin a través de su factor Lorenzo Guisquiere”. Se le designa para que cante la pasión en Semana Santa. Y se le pide que toque el órgano cuando faltaba organista en la catedral. La música fue para Bartolomé Cairasco el arte más sublime. La destaca en 30 de los capítulos de su obra Templo Militante. En el capítulo primero de la Encarnación aparecen en escena músicos con instrumentos musicales, como una preciosa alegoría de la concordia entre Dios y el hombre:
“Los ministriles del supremo coro,
arpas, vihuelas, cítaras, acordes,
mostraron luego en cántico sonoro,
que Dios y el hombre ya no están discordes”.
En la Navidad, fiesta de alegría y gozo, la música de los ángeles y de los pastores envuelve todo el misterio:
Canto de los ángeles: “Luego de los empíreos aposentos
descienden los alados escuadrones
de espíritus seráficos, que atentos
en componer dulcísimas canciones,
al son de sus acordes instrumentos
laúdes, arpas, cítaras, violones,
a coros alternan, y a millares
por toda la región del aire mil cantares”.
Canto y baile de los pastores: “Y deshojando palmas y laureles,
que siempre aquellos campos hermosea,
de los pimpollos tiernos más noveles,
las sienes se coronan y rodean,
y al son de sus albogues y rabeles,
con ligereza extraña zapatean,
y mientras unos daban zapatetas
cantaban otros varias chanzonetas”.
Las parroquias, colegios y asociaciones vecinales tienen en este capítulo de la Natividad de Jesús unos hermosísimos versos para recitar en una celebración o escenificación navideña.
En la fiesta del fundador del canto gregoriano, San Gregorio Magno (papa del año 509 al 604), afirma Cairasco que este canto es “el arte de la música suave”. Y en otro lugar llega a decir que la Iglesia “conserva la perfecta música, que es un retrato vivo de la angélica”. Pero es en la fiesta de la Santísima Trinidad cuando la música alcanza lo sublime y el éxtasis. La “música se ve con el oído”, dice Cairasco en frase afortunada, que leemos en esta octava:
“Pero quien oye un músico famoso
sin verle en lo que tañe o lo que canta,
verá muy bien el modo numeroso
la voz, la mano, el quiebro y la garganta,
mas no verá si es feo o si es hermoso,
si es grande o chico, fuerte o si se espanta,
la música se ve con el oído,
mas lo demás está en otro sentido”.
Luego apostilla:
“Los ángeles al vario contrapunto
pusieron fin y sin bullirse un ala,
los instrumentos músicos dejando,
quedaron como en éxtasis mirando”.
El capítulo de San León segundo papa está dedicado todo él a la música. Es la música el personaje alegórico invitado a cantar la vida del santo, que había sido director de la “Schola cantorum”, y siendo papa, fue el reformador del canto litúrgico en los años 682 y 683. El exordio de este capítulo finaliza con la entrada solemne de la Música en el gran templo, acompañada de personajes mitológicos, del rey David, de los nueve coros angélicos y de tres grandes músicos españoles, contemporáneos y, probablemente, amigos de Cairasco, Morales, Guerrero y Victoria:
“Íbanla acompañando
músicos y poetas,
Yubal, Mercurio, Apolo, Orión, Orfeo,
y su arpa tañendo
cantaban sus discretas
canciones el gran rey del pueblo hebreo.
Las nueve del museo
gozaron desta gloria
y del tiempo moderno
aquel hispano terno
de Morales, Guerrero y de Victoria,
que parece de su vuelo
que aprendieron su música en el cielo”.
En otros capítulos, Cairasco afirma de Tomás Luis de Victoria que es “honor y gloria de España”, y de Francisco Guerrero que es “conocido español en todo el mundo”.
En el capítulo citado de San León segundo, Cairasco eleva la música a lo más alto, dándole sentido angelical o celestial. Recuerden que la escultura era retrato del cuerpo humano y la pintura retrato de la naturaleza, pero la música es manifestación del cielo o “un retrato vivo de la existencia angélica”. Dice el poeta:
“La música es concordia de voces diferentes,
y el alma es su lugar y propio objeto, que no
hay cosas en el suelo que así les manifieste
las del cielo”.
Y elogiando al papa León escribe esta preciosa octava:
“Fue aqueste gran pastor, no sólo experto
en letras, y muy docto en ciencias graves,
mas diole liberal el cielo abierto
de la elegante música las llaves:
diole la liga, el orden, el concierto
de las voces y números suaves,
y aquel diverso armónico artificio
de los ángeles bello ejercicio”.
La música angélica suena y resuena especialmente en el poema que dedica Bartolomé Cairasco de Figueroa al Arcángel San Miguel, titular y patrono de esta Real Academia:
“Sonaron luego las trompas y clarines
en el sagrado Templo Militante
y el eco resonó por sus confines,
y después del estruendo resonante
del belicoso estrépito y ruido,
que dio contento al coro circunstante,
sonó con gran regalo del oído
un músico concierto no terreno,
sino de allá del reino esclarecido.
Como después del furibundo trueno,
a los humanos ojos apacible
se muestra el cielo claro, el sol sereno,
así pasado el son de Marte horrible
satisfizo la música sonora
al consistorio sacro lo posible.
En ella se cantó la vencedora
fuerza de San Miguel que puede tanto,
que la del bravo Lucifer desdora,
y acabado el dulce canto
volvieron las virtudes soberanas
a la honra de Dios el mirar santo,
la cual considerando cuán ufanas
se mostraban de oír la bella historia,
volvió a cantar las guerras inhumanas
siguiendo desta suerte la victoria”.
La música, dice Cairasco, es bello ejercicio de los ángeles, pero no por ello deja de ser humana y alivio de los seres humanos; por ello asevera:
“El triste aprisionado,
el mísero cautivo,
el solo, el afligido, el viandante,
el monje y el soldado,
el manso y el altivo,
el justo, el pecador y el navegante,
el sabio, el ignorante,
el tosco, el cortesano,
el más esquivo y fiero,
el más grave y severo,
el pobre, el rico, el noble y el villano,
y todos los mortales
hallan cantando alivio de sus males”.
En la vida de San Vito se narra que viéndole su padre afligido o enfermo, pensó que su alivio sería la música:
“Y como con la música acordada
descansa el afligido pensamiento,
diestros y varios músicos vinieron
que al enfermo cantaron y tañeron”.
La música como medicina ya se contempla en el Antiguo Testamento. En el capítulo 16 del libro primero de Samuel se relata que “cuando el espíritu malo asaltaba a Saúl, tomaba David la cítara y la tocaba. Saúl encontraba calma y bienestar y el espíritu malo se apartaba de él”. Y don Quijote decía “quien canta, sus males espanta” (capítulo XXII de la primera parte).
Y como colofón de este apartado de la música, es interesante exponer que el músico Bartolomé Cairasco dejó escrito un guión o libreto para cuatro voces. Está en el capítulo de los santos mártires Timoteo, Hipólito y Sinforiano. Dice así:
“Tres voces, un tenor, tiple y contralto
cantan un tres en este alegre día,
que de los nueve coros el más alto
gusta de oír la dulce melodía:
ut, re, mi, fa, sol, la, suben de un salto
hasta la soberana monarquía,
y no es admiración que vuelen tanto
por llevar el compás clamor santo”.
Van entrando en escena los solistas para cantar la vida de los tres mártires. Primero interviene el tenor para cantar la vida de Timoteo. El segundo en actuar es el contralto que canta el martirio de Hipólito: “cantó con voz suave tan jocundo, al tiempo que su muerte se pregona, como el cisne a la orilla del meandro”. La tercera voz, el tiple, fue el propio Sinforiano, y su madre, soprano, la cuarta voz: “y al referido tres, fuera de uso, echó una cuarta voz tan ingeniosa, que acrecentó el consuelo al joven fuerte”. El mejor homenaje que podríamos hacer a la figura de Bartolomé Cairasco es poner música al martirio y tragedia de estos tres santos y llevarla a escena. Otro relato escribió nuestro poeta para representarse como obra de teatro. Me refiero al martirio de San Adrián y compañeros mártires. Está configurado como una tragedia de tres actos y coro. Con una respetuosa adaptación podría ser escenificada en nuestras plazas o salas de teatro.
Anteriormente he citado El Quijote. Como estamos en la Academia de Bellas Artes, vuelvo a él para recordar el episodio que narra la conversación que el hidalgo caballero tuvo con su escudero Sancho Panza. Este episodio lo ha recordado Armas Marcelo en un artículo en ABC referido al maltrato que está recibiendo la cultura en esta época de crisis, titulado “En el furgón de cola”. Cuando Sancho Panza le pregunta a don Quijote por qué razón un caballero de su categoría repara, enaltece y hasta admira a la jauría de artistas, payasos y saltimbanquis que se encuentra en el camino, don Quijote contesta con decisión: “Porque nos ayudan a quitarnos nuestros miedos”. Porque nos ayudan a quitarnos nuestros miedos y, por consiguiente, añado yo, nos abren la senda de la libertad.
Por mi condición de sacerdote, quisiera terminar con una frase del papa Pablo VI, pronunciada en el encuentro con los artistas en la Capilla Sixtina en el año 1964: “Os necesitamos. Nuestro ministerio necesita vuestra colaboración. Si nos faltara vuestra ayuda, el ministerio sería balbuciente e inseguro y necesitaría hacer un esfuerzo, diríamos, para ser él mismo artístico, es más, para ser profético. Para alcanzar la fuerza de expresión lírica de la belleza intuitiva, necesitaría hacer coincidir el sacerdocio con el arte”. Y en el mensaje dirigido a los artistas en la clausura del Concilio Vaticano II, el papa afirmó: “Este mundo en que vivimos tiene necesidad de la belleza para no caer en la desesperanza. La belleza, como la verdad, es lo que pone la alegría en el corazón de los hombres; es el fruto precioso que resiste a la usura del tiempo, que une las generaciones y las hace comunicarse en la admiración. Y todo ello por vuestras manos. Recordad que sois los guardianes de la belleza en el mundo”.
Con esta hermosa cita acabo mi discurso. Es el momento de expresar mi profundo agradecimiento a la Real Academia Canaria de Bellas Artes de San Miguel Arcángel por haberme acogido entre sus miembros. Muchas gracias señora presidenta, muchas gracias señores académicos. Es para mí un gran honor pertenecer a la Academia, pero también un gran compromiso. Cuenten con mi total disposición en lo que pueda servirles. Muchas gracias a todos los asistentes a este acto, gracias por su atención y cariño.